Por Roberto Raúl Turres (de mis memorias)
El 25 de diciembre de 1931, en Vallenar sucedió un hecho trágico que no solo conmovió a la ciudad, sino que a Chile entero.
El mandatario de la época era el abogado, exministro del Interior y militante radical don Juan Esteban Montero Rodríguez, quien asumió la jefatura de Estado como presidente constitucional. Sin embargo, su Gobierno sería efímero, ya que el 4 de junio de 1932 fue derrocado a través de un golpe de Estado.
El gobernador de Vallenar era Aníbal Las Casas, a quien todos le temían. Incluso, para demostrar su poder, este personaje generalmente salía a pasear en su auto contra el tránsito, en especial en calle Prat.
En ese tiempo yo tenía 10 años y recuerdo de manera perfecta todo lo que presencié. No lo puedo olvidar. En la tarde del 25 de diciembre estaba jugando con muchos niños en una pequeña cancha de básquetbol que había en el patio de la iglesia San Ambrosio, donde se entraba por calle Matriz (hoy San Ambrosio).
Yo había llevado la pelota de fútbol que me había dejado el Viejo Pascuero y como a las 4 de la tarde empezamos a sentir balazos. Por el peligro que esta situación conllevaba, uno de los curitas nos pidió que nos fuéramos a nuestras casas. No obstante, en vez de irme a mi hogar, yo con la pelota en mis manos me fui corriendo, junto a mi amigo Rolando «Manano» Alday, a copuchar y ver dónde era la balacera. Llegamos a calle Serrano, pero un carabinero y gente de la Guardia Civil que existía entonces nos impidieron seguir, pues en la esquina de calle Talca había mucha gente mirando lo que pasaba. Según los diarios de la época, en la noche del día 24 hubo una revuelta en Copiapó con algunos muertos. Por eso, los vallenarinos ya estábamos preocupados.
Después del mediodía, en la casa del comunista Pedro Pablo Seura, ubicada en la esquina de calle Serrano con Maule, varias personas prolongaban el festejo de Navidad, disfrutando de un asado y de la música emitida por una vitrola.
El sargento Celso Cáceres Gallardo y el cabo 2º Humberto Díaz Ramos ingresaron al domicilio a inquirir detalles, produciéndose un fuerte intercambio de palabras con acciones bruscas, por lo que salieron a relucir las armas. Desde adentro, uno de los participantes, apodado Gallina Chata, disparó contra Díaz, quien cayó muerto a pocos metros de la esquina, frente a la casa de Domingo Hebel. Por su parte, Cáceres también recibió un disparo, cayendo herido a media cuadra, frente al domicilio de Arturo Muñoz, en calle Serrano. El otro carabinero que acompañaba el procedimiento era Alberto Godoy Delgado, quien solicitó refuerzo policial, el cual llegó rápido y rodeó el sector.
Desde la esquina, donde miraba asombrado junto a Manano y mucha gente, vimos venir al cabo Díaz afirmándose en las paredes de las casas, con su chaqueta blanca llena de sangre. Además, con sus manos trataba de sacarse algo de la cara, igualmente tapada de sangre. Casi a media cuadra de donde estábamos, en las puertas de la familia Díaz Oliveros, se desplomó muerto. Para peor, la gente gritaba porque llegaron muchos carabineros disparando para todos lados, mientras desde la casa algunos hombres respondían a las balas. El enfrentamiento dejó un saldo de cuatro civiles muertos; el resto logró escaparse.
Alguien dijo que había arrancado el Gallina Chata, cuyo nombre era Erasmo Álvarez Campillay, un personaje típico y popular en la ciudad. Las versiones de los vallenarinos afirmaban que se había escondido en la casa del millonario don Romelio Alday, donde muchas veces el Gallina le servía de mozo para el aseo, pues el hogar era muy grande. Esta casa tenía entradas por Serrano y Prat. Por esta última calle los carabineros lograron detenerlo, y como intrusos corrimos con Manano y las otras personas para ver lo que ocurría.
Nos instalamos en la esquina del Teatro Prat y vimos que por el medio de la calle tres carabineros se llevaban preso al Gallina Chata, quien se negaba a caminar, por lo que los carabineros lo arrastraban a puntapiés, haciéndolo pararse y caminar. Cuando faltaba poco para que llegara donde estábamos, arribó un teniente de Carabineros y les ordenó a los subalternos que alejaran a la gente que estaba mirando.
El Gallina Chata se quedó parado solo al medio de la calle. Entonces el oficial subió a la vereda y estando frente a él desenfundó su arma y le disparó fríamente, dándole muerte. Mientras su cuerpo yacía tendido en el suelo se llamó a Juanito, el chofer de un viejo camión de la empresa eléctrica que había detrás del Teatro Prat. Este llegó con su vehículo y los uniformados levantaron el cadáver subiéndolo a la carrocería del camión. Pero, ante la sorpresa de los testigos, el Gallina Chata aún estaba con vida, aunque su cuerpo saltaba con los estertores de la muerte. El teniente Huerta levantó su cabeza tomándolo del pelo, le puso el revólver en la nuca y le disparó para asegurar su muerte. Repito que todo esto lo cuento porque lo vi y aún lo recuerdo.
Como luego se corrió la voz de que estaban tomando presas a muchas personas, corrimos hasta la puerta del cuartel de Carabineros, que estaba en calle Serrano con Recova. Ahí me instalé con mi amigo Manano y harta gente. En eso llegó un camión en cuya carrocería iban muchos parroquianos vigilados por los carabineros, quienes afirmaban que los traían desde el altiplano norte porque los habían sorprendido sacando la línea del tren, pero esa versión era falsa. El camión se estacionó frente a la puerta principal del cuartel, mientras los carabineros lanzaban uno a uno los cuerpos de los detenidos, que caían al suelo como sacos de papas.
En ese momento sentí la voz de un hombre que estaba muy golpeado, quien me conocía y me dijo: “Patroncito, dígale a mi jefe que me venga a sacar”. Me dio mucha pena y creo que me puse a llorar porque era Heriberto Zabala Zabala, el obrero que hacía el aseo en mi casa, además de cuidar y distribuir la madera, los fierros, el cemento y todo lo que había en el patio de la barraca del negocio de mi tío Martín Dorgambide.
Regresé a mi hogar como a las 9 de la noche. Mi mamá, la tía Felipa, el tío Martín y la abuelita Brígida estaban sumamente preocupados porque, en ese violento contexto, no habían sabido nada de mí en el día. Por eso, me mandaron a acostar a correazos, aunque al menos pude contarles lo que me había dicho Zabala.
Al día siguiente era vox populi que en la morgue de la ciudad había muchos cadáveres ¿Qué había sucedido? Que en la madrugada del 26 de diciembre sacaron a los presos del cuartel y los trasladaron a una planicie del altiplano sur, cerca de la hacienda Compañía. Allí, el capitán Bull, jefe de la comisaría, el teniente Huerta y su ayudante ordenaron fusilar a todos los detenidos. Incluso, entre las víctimas había personas que fueron aprehendidas tras ser sacadas de sus propias casas. En tanto, un dirigente de apellido Cuadra, que venía en tren desde Copiapó, alcanzó a bajarse y arrancar, pero en su huida, los carabineros que lo esperaban le dieron muerte.
Como a las 10 de la mañana del 26 de diciembre, los tíos me mandaron a la morgue para ver si estaba Zabala, pues ya corría por la ciudad la noticia de que en ese lugar se habían depositado hartos cadáveres. La morgue estaba ubicada en calle Santiago, a los pies del cerro, casi en el centro de la ciudad. Yo traté de entrar al recinto, pero no pude. La misma suerte corrieron la mayoría de las personas que buscaban a sus deudos. En todo caso, los pocos que pudieron ingresar señalaron que era imposible reconocer un cuerpo, ya que los cadáveres estaban amontonados uno sobre el otro. En consecuencia, fue imposible saber dónde estaba mi amigo y empleado Zabala, y así lo hice saber en la casa de mis tíos.
Al día siguiente, los cadáveres habían desaparecido de la morgue. Me percaté cuando regresé a la morgue y vi que estaba vacía. Resulta que cerca a una vieja pared del cementerio local se había cavado un profundo hoyo y en la madrugada de ese día fueron llevados los cadáveres en un camión y lanzados a ese lugar, así nomás, sin autopsia ni cajón porque estábamos en dictadura.
Recién aquel 27 de diciembre arribaron desde Santiago los enviados especiales de El Mercurio y otros medios informativos. Entre ellos había periodistas y reporteros gráficos de Zig-Zag y Sucesos, las principales revistas que circulaban por el país. Cuando salieron a la venta, ambas publicaciones mostraron fotos de algunos miembros de la Guardia Civil que aparecían hincados disparando frente a la casa vieja de calle Serrano, mientras otros se veían izando la bandera chilena tanto en ese lugar como en el cuartel de Carabineros. Sin embargo, a los testigos de esta tragedia nos parecía ridículo lo que escribían y exhibían estos medios de prensa, porque llegaron después de la masacre.
El periódico local de entonces, El Eco del Huasco, pertenecía a don Óscar Emilio Carvajal, más conocido como Canito. Este señor, que era un férreo defensor de la derecha, relató que los hechos de la desdichada Navidad formaban parte de un plan comunista que iba a estallar durante la Misa del Gallo, esto es, en la noche del 24 de diciembre. Incluso, dio los nombres de quienes supuestamente iban a ser asesinados por los comunistas.
El destino de los victimarios no sería el mejor, ya que se asegura que el jefe de la comisaría, el capitán Bull, fallecería trágicamente años después, mientras el teniente Huerta moriría de tuberculosis tras sufrir una larga y penosa enfermedad. Otros funcionarios de Carabineros y de la Guardia Civil también murieron en forma dolorosa.
En 1970 yo asumí como intendente de Atacama y en la tarde del 25 de diciembre de ese año la Unidad Popular organizó una romería al cementerio. Partimos desde la Plaza de Armas con el gobernador Víctor Hugo Rojas, los dirigentes de la Unidad Popular, el orfeón ferroviario y otras organizaciones, llevando coronas y flores. En el cementerio, estas fueron depositadas en la tumba de los fusilados en la Navidad trágica. Además, hubo muchos discursos para rememorar los tristes acontecimientos. Me acuerdo que en el lugar había un monolito recordatorio, el cual fue sacado durante la dictadura de Pinochet, desapareciendo «por arte de magia».
Quiero destacar la paciencia, interés y valentía de mi amigo Cristian Fernández, quien desde el Registro Civil de Vallenar y sus antiguos libros logró obtener las identidades de los 35 ciudadanos fusilados en el altiplano sur, así como de los muertos en las calles de la ciudad. Los nombres para el recuerdo son: Juan Varela Rivera, Bonifacio Castro Cáceres, José Muñoz Vergara, Liborio Márquez, Alcibíades Valdivia Vega, Óscar Paredes Paredes, Marcos Gallardo Núñez, Carlos Santander Santander, Aníbal Cuadra Santander, Heriberto Zabala Zabala, Manuel Cisternas Veas, Manuel Alvarado Jaras Pérez, José Porfirio Farías Gómez, José Pérez Barrios, Pedro Silva Valderrama, Eliseo Ardiles Santibáñez, Ramón Ávalos Flores, Félix Aguilar Santander y Erasmo Álvarez Campillay (el Gallina Chata). A continuación, el listado de los desaparecidos: Agustín Fuentes Iriarte, Alejandro Varas Ibacache, Fidel Cortés, Luis Gregorio Vega, Ramón Morales, Rafael González, José Pizarro, Ricardo Vega, José Muñoz, Gabriel Torres, José Pérez y Pedro Pablo Seura.
Enlace: http://elnoticierodelhuasco.cl/2016/12/la-pascua-tragica/.