Por Edmundo Martínez
A mediados del siglo XIX, los tímidos inicios de la exploración del desierto de Atacama por parte de emprendedores chilenos darían como fruto, aparte de las riquezas minerales que se llegarían a encontrar, otro tipo de hallazgos de gran importancia para la ciencia.
Debemos recordar que solo unas décadas antes la ciencia había reconocido el origen cósmico de los meteoritos. Hasta entonces, aquellas historias de piedras caídas del cielo en medio de fenómenos luminosos y gran estruendo eran consideradas invenciones de la gente común. Por esta razón, a partir de 1820, los principales museos del mundo se mostraban activos tratando de conseguir ejemplares de meteoritos para sus colecciones. Y hacia la misma fecha comenzaron a aparecer noticias acerca del descubrimiento de estas misteriosas rocas en Atacama.
A medida que la actividad de los cateadores y exploradores se fue intensificando en el desierto, más y más hallazgos fueron registrados, colocando al despoblado de Atacama en la mira de los principales científicos y museos europeos y estadounidenses. Es así como en 1875, Ignacio Domeyko publicó en los Anales de la Universidad de Chile el quinto apéndice de su «Tratado de mineralogía». En ese artículo, junto a la descripción de una serie de nuevas especies mineralógicas, deslizó la noticia del hallazgo de un par de nuevos meteoritos en el desierto de Atacama.
El primero de ellos, el hierro meteórico de Cachiyuyal, una piedra de 2.5 kg encontrada en el desierto a 80 km de la costa (posiblemente a la latitud de Paposo), fue comprado por el Gobierno de Chile para el Museo Nacional de Historia Natural, ubicado en la comuna de Quinta Normal, en Santiago. A su vez, el segundo de ellos, el hierro meteórico de Mejillones, tiene una historia mucho más sorprendente.
Domeyko recibió una muestra de unos 300 gramos como regalo del capitán Francisco Vidal Gormaz, destacado hidrógrafo y explorador, quien fuera el creador de la Oficina Hidrográfica de la Marina. Por su parte, el capitán Vidal Gormaz había recibido el fragmento de un individuo que aseguraba haberlo separado a cincel “del inmenso trozo de hierro hallado a unas tres o cuatro leguas de la bahía de Mejillones, en la costa boliviana del desierto de Atacama”, agregando que “el peso del meteorito es tan grande, que solo en una carreta podría ser traído al puerto”.
El análisis de Domeyko demostró inequívocamente que se trataba de un hierro meteórico, del tipo que hoy se conoce como hexaedritas. De aquella muestra, la mitad quedó en Chile en el Museo de Historia Natural, mientras que la otra mitad se encuentra en el Muséum National d’Histoire Naturelle (Paris, Francia).
Respecto a la masa principal, posiblemente de unos 100 kg o más de peso, no existe evidencia que fuera recuperada posteriormente. Su rescate habría sido un acontecimiento que estaría registrado en la literatura científica, de la misma forma que existe el registro de la pieza menor.
A fines del siglo XIX, ya la totalidad de los cateadores, baqueanos y arrieros tenían conocimiento del valor monetario que representaban esas rocas, por lo que de haberse reencontradas habrían sido vendidas a una colección mineralógica y esa información estaría conservada en los anales científicos.
Hay que recordar que apenas un par de años después, en 1877, un meteorito de 200 kg fue transportado en carreta por 200 km de territorio accidentado, desde la precordillerana aguada de Imilac hasta el naciente puerto de Antofagasta, para ser embarcado directamente al Museo Británico (Londres), donde es hoy en día una de las joyas de la colección.
La localidad exacta del meteorito de Mejillones pudo haber quedado en duda, del mismo modo como se podría suponer razonablemente que la persona que entregó el trozo al capitán Vidal Gormaz pudo dar una ubicación falsa y así reservarse el sitio del hallazgo de una pieza tan valiosa, de no ser por otro evento ocurrido a principios del siglo XX. En 1905, un par de cateadores encontraron en medio de la pampa (a 9 km del mar), entre el morro de las guaneras de Mejillones y la caleta Herradura Grande, un meteorito metálico de 14.5 kg. La localidad descrita concuerda aproximadamente con la distancia original de tres leguas de la bahía de Mejillones. Además, el análisis químico realizado en el Instituto Smithsoniano de Washington DC, donde se encuentra, coincide con el análisis del fragmento original de Domeyko, por lo que se trataría de otra pieza de la misma caída.
Es factible que la masa principal de ese meteorito haya sido cubierta por la arena, aunque lo más probable es que el mismo descubridor lo ocultara, esperando tener los recursos para ir a buscarlo, de igual manera como los cateadores escondían una veta valiosa. En consecuencia, es posible que aquel tesoro todavía permanezca en la soledad de la pampa, a la espera de que algún afortunado explorador, jeepero o motoquero lo encuentre y rescate del olvido. Sin duda sería una valiosa adición a las colecciones del Museo de Mejillones.
Foto: zona occidental de la península de Mejillones («la vuelta»), uno de los lugares probables de la caída del meteorito. La imagen fue tomada por Wifredo Santoro Cerda.