Hoy, 8 de diciembre de 2020, nuestra ciudad nuevamente está de fiesta, ahora cumpliendo 276 años desde su fundación. Por eso, para complementar algunas palabras, acompaño este relato con unas fotos de lo más representativo que tenemos: la minería, sus mineros y la miseria en que se desenvuelven.
Aquí casi todos tenemos raíces mineras y muchos de nuestros familiares han fallecido a causa del polvo, la silicosis y el cáncer. Por tal razón quise repetir algunos conceptos que ya emití el año pasado y que siempre es necesario reiterarlos, a la vez de rendir homenaje a mi padre que fue carruncho minero, mi tío Lago que se quedó para siempre en el pique cuando solo tenía 17 años, mi tío Germán que fue atacado por la sílice y llegó hasta los 42 años, mi tío Manuel que sufrió bastante con sus pulmones rotos, mis abuelos que también fueron mineros y comerciantes, sus esposas que sufrieron con ellos, etc. etc. etc.
Usted que está leyendo esta nota igualmente debe tener un pariente, amigo o vecino cuya desaparición tuvo como origen el arduo trabajo en la minería.
Los copiapinos, los verdaderos copiapinos, los de raigambre antigua, tenemos en nuestra mente —desde tiempos precolombinos— una identidad minera. Aquí, en la orilla del río, se instalaron marayes, trapiches y maritatas para vivir de la minería, y a la par convivir con la agricultura y la ganadería.
Tenemos el orgullo de decir que nuestra historia está plenamente ligada a la minería y que esta fue forjadora de hombres y mujeres que dieron Gloria a nuestro país. No es un hecho menor que los rotos mineros de Copiapó hayan tenido participación en las guerras y revoluciones de Chile. No es menor que en 1859 un rico minero se haya «parado en las hilachas» frente al profesional Ejército chileno para exigir justicia a las causas mineras. No es menor que los rotos mineros de Copiapó, Lomas Bayas, Tres Puntas, Chimberos, Chañarcillo y otros yacimientos hayan decidido la guerra con nuestros vecinos y logrado las riquezas que Santiago, la zona central y todo Chile disfrutan hoy en día. No es menor señalar que desde esta zona se financiaron todas las guerras chilenas, incluida la Independencia. Y tampoco es menor que aquí se haya iniciado el Descubrimiento, la Conquista y la industrialización del país.
Aquí también partió la educación, la cultura, el comercio, el transporte marítimo, el ferrocarril, el telégrafo, la maquinaria a vapor… Todo al alero de la minería. Incluso, podría escribir un libro con las hazañas protagonizadas por la minería, el hallazgo de yacimientos, las tragedias y las epopeyas vividas.
Asimismo, tenemos un vocabulario minero, comida minera (cocho con grasa), tragos mineros (pajarete y chupilca) y lectura minera (poesía, cuentos, canciones y leyendas).
A nivel de paisaje, nuestro mayor orgullo son los cerros que nos rodean. Un poquito más allá existe una larga cadena compuesta por 43 volcanes y 17 cerros sobre los seis mil metros de altura. Nuestros cerros, además, son propicios para realizar distintas actividades físicas. De hecho, llegan deportistas a revolcarse en las dunas, que son las más altas del mundo, mientras otros se lanzan desde el Bramador para sentir el vértigo y el ruido al descender.
Tenemos el desierto más árido del mundo, pero también el más fructífero. Míralo cuando llueve y fíjate en el fenómeno que provoca.
Cuando los minerales están en alza, la ciudad se llena de afuerinos, pero cuando los precios bajan, estos se marchan en tres tiempos. Los ciclos se repiten y se repiten. Y nosotros, los copiapinos, lo sabemos. Aquí han venido a buscar el sustento muchos profesionales y gañanes; inmigrantes y pijes; los sin ley, huasos y gitanos; los de clase media y los ricos. ¡Ah, y los muertos de hambre también!
Somos generosos, compradores y gastadores. Vieras cómo llegan los bancos, prestamistas y casas comerciales a ofrecer créditos en las épocas de mayor productividad de la minería. Cuando hay platita se llenan las botillerías y discotecas, y abundan los cahuines. Asimismo, aparecen los autitos nuevos, las calles se repletan de camionetas y se acaba la carne en las carnicerías. Y cuando termina esta quimera volvemos a la realidad, es decir, volvemos a ser colectiveros, negociantes, emprendedores y microempresarios. Copiapó sufre un letargo, pero muchas personas no se pueden ir, pese a que encuentran que la ciudad es fea, desagradable, inocua y sin identidad.
Hemos vivido la gloria y las penas. No están lejanos los incendios, las sequías, los terremotos, los aluviones, y aquí seguimos. El estar ligados a la minería nos hace fuertes porque todos somos mineros, los hijos, los nietos, los sobrinos… También son mineros nuestros vecinos, nuestros poblados, las pequeñas localidades… Por lo tanto, somos duros, curtidos por el sol y el viento, acostumbrados a las inclemencias del tiempo. No nos importa el frío ni el calor, ni menos los aires contaminados. Como diría un roto cualquiera, tenemos «cuero e’ chancho». Este es un sello que siempre ha caracterizado al minero y al hijo del minero. Poseemos una costumbre con raigambre.
Los que no conocen nuestra zona, no conocen nuestra realidad. No saben que los mineros somos morenitos, que cuando nos martillamos un dedo en la mina no lloramos y si nos herimos la orina nos estancará la sangre. No saben que tenemos los pulmones con tierra, la sangre contaminada y las manos encallecidas por culpa de herramientas como el combo y la pala. Ni tampoco saben que en cualquier momento uno de los nuestros se quedará abajo en el pique y deberemos sobreponernos.
Nos sonreímos irónicamente cuando nos dicen que aumentarán nuestros sueldos, o cuando nos prometen un hospital broncopulmonar o un centro oncológico, o cuando nos aseguran que van a mejorar la calidad del agua, pese a que en realidad lo que hacen es solo quimificarla y tratar de eliminar el microplástico que contiene.
Se nos platean las sienes, se nos surca el rostro, se nos pone dorada la piel, los brazos cobrizos y los ojos vidriosos como el cuarzo. El único que no tiene mayores cambios es nuestro corazón, que se hincha con orgullo cuando confesamos que somos hijos, nietos, sobrinos, hermanos, parientes o amigos de un minero copiapino.
Feliz Aniversario, Copiapó.