Por Sergio Gómez Lorca
Lo que voy a narrar a continuación ocurrió a mediados de los 70, cuando no existía la normativa en los microbuses de cerrar sus puertas mientras estaban en movimiento, lo que sucedía principalmente en verano. Incluso, sin medir las consecuencias, solíamos bajarnos con el vehículo en marcha. Al respecto, me acuerdo de un día que íbamos con un grupo a la playa y un pasajero realizó esta arriesgada maniobra. Se paró en el primer escalón tomado del pasamanos mientras la micro disminuía levemente su velocidad, dio vuelta la cabeza como despidiéndose del conductor y se lanzó…, quedando incrustado en un poste.
El bus se detuvo de inmediato y el chofer con algunos pasajeros se bajaron rápidamente. Los demás, al principio observábamos horrorizados esta tragedia, pero de un momento a otro descendimos del microbús para ver al pobre hombre tirado en plena calle en estado inconsciente (creo que tampoco tenía dientes). Mientras el poste y los cables aún se movían, el conductor junto a dos personas lo tomaron como pudieron, lo subieron a la máquina y en la misma lo trasladaron a la posta. Todos nos mirábamos impactados, sin decir palabra, y luego uno por uno nos encaminamos a pie al balneario.
A pesar de este lamentable accidente, aquella fue una época hermosa.