Hace unos días, mi muy apreciada amiga Tanya Sengola González Villa me pidió que dijera algunas palabras sobre La Mina, lugar donde nació y vivió su niñez. Sé que no me va a creer, pero ya había ido a esta localidad para visitar a un amigo, el poeta e historiador Gastón Serazzi Madariaga, quien además fue profesor y fundador de la brigada de Boy Scouts 10 de Julio en la escuela de La Mina. Hoy sus restos están en el Cementerio Municipal de Chañaral.
Desde su morada, él me ayudó a encontrar fotos y bibliografía sobre La Mina, que era donde se explotaba el mineral para la fundición de Potrerillos. El calificativo de “La Mina” quedó en el imaginario popular desde siempre, en especial desde la instalación de sus primeras carpas y campamentos. Otra gente le llamó El Hundimiento, por la forma de explotación que en ella se hacía. Y, por último, fue conocida como la Mina Vieja, costumbre despectiva —en este caso— de nombrar a la mina inicial, la descubridora, la matria, la que desencadenó esta epopeya de lo que fue y es Potrerillos.
La Mina tuvo entre sus primeros explotadores al baqueano Pedro Luján, quien, alrededor de 1835, recorrió distintos lugares en busca de la riqueza cuprera.
En 1869 ya había un amplio movimiento minero en el sector, aunque en algunas publicaciones se afirma que las primeras explotaciones se produjeron en el año 1875 y que los primeros denuncios notariales en Chañaral fueron de los mineros Felipe Tapia y Patricio Viñuelas en 1894.
A su vez, en 1900, Manuel Zamorano y Eduardo Téllez adquirieron otras pertenencias y seis años después un grupo de propietarios formaba la Compañía Minera de Potrerillos. Hasta esa fecha había 38 pertenencias mineras.
En 1913, cuando la empresa de William Braden ya estaba instalada, este personaje vendió sus derechos a la compañía norteamericana Anaconda Mining, dando paso al nacimiento de la Andes Cooper Mining Company.
La Mina, ubicada en plena cordillera de los Andes, fue el sector de mayor altura en que se hizo la explotación. Se encontraba a 3.300 metros sobre el nivel del mar. En tanto, el campamento estaba encajonado entre los cerros, como se puede apreciar en las fotos.
Desde esta localidad se transportaba el mineral para la fundición, mientras la extracción se hacía a través de un túnel de tres kilómetros de largo —el que se iniciaba en Las Vegas— mediante un ferrocarril eléctrico que bajaba por las galerías y recuperaba los minerales que caían por la gravedad al derrumbar grandes cantidades de tierra y rocas por chimeneas verticales.
En el hospital de La Mina había 15 camas, un espacio para primeras curaciones, otro para la maternidad y salas cuna. En el campamento también había recintos deportivos para los niños y niñas y una holgada escuela mixta, cuyas salas contaban con calefacción. Además, existía un retén de Carabineros, un servicio de bienestar social, baños públicos y canchas de tenis.
El teatro fue construido por el mismo concesionario que tenía salas en Las Vegas y en Las Ánimas y que después tuvo en Potrerillos e Inca de Oro. Sin embargo, estos dos últimos se quemaron. Siempre se comentó que los incendios habían sido intencionales.
Hasta el año 1930, la población de La Mina era de casi 3.300 habitantes, de los cuales 1.900 eran varones, 600 mujeres y 800 niños.
Así como este campamento, hay otros dos lugares cercanos para recordar: la estación Llanta y Las Vegas.