El 12 de marzo de 1904 se produjo un hecho crucial, ya que a través del ferrocarril el puerto de Chañaral quedó unido con el mineral El Inca. En tanto, el 24 de octubre de 1909 se inauguró el ferrocarril en el tramo de las estaciones Chulo y El Inca.
Ya en 1893 se pretendía unir a Copiapó, Chañaral y Caldera con todos los centros de producción mineros, pero recién once años después, tras eternas discusiones y promesas incumplidas, se concretaba una primera parte del plan inicial. Ahora solo quedaba la concreción de otra promesa política: unir al país mediante el Ferrocarril Longitudinal. Para esto debían conectarse los tramos de El Inca y Pueblo Hundido, lo que se llevó a cabo en 1913.
Debido a la gran cantidad de agua que necesitaban las locomotoras para su funcionamiento, se priorizaron las que contaban con agua en las cercanías. Para ello se construyó la estación Manuel Carrera Pinto, gracias a un convenio particular con el Longitudinal. También se hizo un edificio en Chañarcito, pero la mayor construcción se realizó en el centro minero de El Inca, donde se instaló un estanque de fierro y una cuba de almacenamiento de agua, aprovechando las numerosas norias que había en la calle que hoy es avenida Matta, frente a las habitaciones de los obreros del ferrocarril.
La hermosa estación que estaba al frente sufrió lo que ha pasado con todas las casas antiguas patrimoniales, esto es, el saqueo. Esto sumado a la ignorancia de los encargados de velar por su cuidado terminaron con esta belleza arquitectónica.
El estanque jugaría un rol fundamental en la historia de Inca de Oro, aunque conllevando consecuencias curiosas para el centro minero, ya que este no tenía nombre. En efecto, se tomó principalmente el nombre de las minas Incahuasi, San Pedro de Cachiyuyo, El Inca, Placilla de Tres Puntas, Placilla Bulnes, San Pedro Nolasco.
Desde los años 20, el centro minero pasó a llamarse Estación de la Cuba. Allí arribó toda una urbe para probar suerte en las minas, incluidos los poderosos empresarios compradores de minerales, así como los primeros comerciantes. Ambos grupos se establecieron a los costados de los servicios para la minería y los primeros servicios públicos.
El orden cronológico de los diferentes sucesos es el siguiente:
- En enero de 1927 se creó la Caja de Crédito Minero.
- En 1934 se instaló un generador de electricidad por cuenta de un particular.
- En 1936 la Caja del Seguro Obrero abrió una posta de primeros auxilios.
- En 1936 la Caja de Crédito Minero, tras una exitosa negociación con la Sociedad Nacional de Minería, instaló la primera bomba de bencina en Cuba, que se ubicó en la avenida Almeida, casi al llegar al colegio de Inca de Oro.
En la década de 1930, producto de la inestabilidad política del país y la gran depresión mundial, se generó una gran cesantía y hambruna que golpeó con más fuerza a los pequeños centros mineros. La consecuencia fue que aparecieron caravanas de comerciantes árabes, españoles e italianos, los cuales venían agrupados para protegerse de los salteadores. Los inmigrantes recorrían las salitreras cercanas a Taltal, Altamira, El Salado, Pueblo Hundido y todos los centros mineros cercanos a Cuba. Por lo mismo, este hecho podría considerarse como el inicio de la llegada de numerosas colonias de extranjeros y comerciantes que pronto se establecieron para lograr una mayor estabilidad.
Entre ellos, algunos comerciantes destacados fueron los españoles don Alfredo Visconti, que se instaló con una gran zapatería, y don Emilio Matta, que abrió una tienda. También son recordados el yugoslavo don Pedro Poucoc, por su mercería, y el señor japonés Komory, por su peluquería, aunque la mayor colonia la constituyeron los chinos, sobresaliendo las familias Wong, Fong, Chiang, Kong, Lam, Hip, Fang, cuyos patriarcas adoptaron nombres españoles de pila, como Marcos, Bernardo, etc. Para su seguridad personal, estos inmigrantes construyeron túneles en donde se comunicaban entre ellos, puesto que también eran grandes aficionados al juego y al consumo de opio.
En 1939, durante el mandato del presidente Pedro Aguirre Cerda, fue modificado el nombre de Cuba por Inca de Oro.
Muy recordados son los festejos de la primavera de aquellos años, al igual que las fiestas de la challa. Y la diversión no estaba ajena para los mineros, pues en la zona abundaban los cabarets, como El Pica la Cebolla y La Estrella, y los salones de baile Crillón y La Piscina. Además, reconocidos músicos amenizaban las veladas, entre ellos don Tomás Cepeda, Jorge Miller, Fernando Corón, Horacio Gallo, etc.
En los primeros años de la década de los 50, los cambiantes precios internacionales de los metales comenzaron a afectar la bullente economía de la localidad. Poco había servido a Inca de Oro el proyecto de una fundición de cobre para los metales de baja ley, recién inaugurado en Paipote. Sin embargo, pese a la decadencia del metal rojo y el oro, se abrían nuevas expectativas con el hierro, cuyos yacimientos, eso sí, estaban en otros sectores nortinos. Ello causó el éxodo a Caldera, Chañaral y Huasco, los nuevos destinos de los comerciantes. Después partieron los profesionales. Así empezaba una etapa dolorosa para Inca de Oro.
El Presidente de la Republica don Jorge Alessandri Rodríguez (1958-1964) debía dejar su mandato con la Carretera Panamericana Norte ya inaugurada, pero finalmente bajo el Gobierno de su sucesor, Eduardo Frei Ruiz-Tagle, se terminó de construir. Esta ruta hoy pasa bordeando la costa.
Hoy, Inca de Oro sigue esperando un golpe de suerte que pueda cambiar su destino. Solo quedan los últimos mineros, valientes hombres que no aceptan vivir lejos de los cerros, del sol abrasador del verano ni del frío y ventoso invierno. En el fondo, no aceptan la derrota ni el broceo de las vetas. A pesar de esta conmovedora lealtad, Inca de Oro se ha convertido en un pueblo casi fantasma. Por eso, sus casas y calles asoman como postales ideales para una muestra fotográfica o una película. Todo por la particularidad especial que tiene: el abandono. Esta situación ha llevado a algunas personas a pensar transformarlo en un lugar turístico, aprovechando las innúmeras bondades que posee, tales como el paraje Finca de Chañaral y sus pictografías, El Pingo, el Observatorio Astronómico de Cerro España, sus edificios, la pequeña capilla eclesiástica y principalmente el mayor tesoro, el Museo de Inca de Oro, tan bien conservado por Fidel Arancibia.
Fuente: El Orador Ilustrado, año 2017, extracto del relato Nostalgia Desértica.