Por Omar Monroy
La señora Mireya Escobar Rivera, a quien sus padres le inculcaron sólidos valores, estudió en la escuela Flor de Chile hasta segundo año. Y siguiendo con los recuerdos de la Parte I, a continuación transcribo textual su narración:
«Andaba a ‘pata pelá’ hasta en invierno, cuando nevaba en la oficina. Y aunque no teníamos radio ni otros adelantos, éramos felices. Mi mamita fue dueña de casa y siempre fue muy trabajadora. Hacía hallullas, empanadas y sopaipillas para ayudar en la casa, y yo salía a venderlas. También vendíamos agua en ganchos con dos de mis hermanos.
En esos tiempos críticos había huelgas de trabajadores porque existía pobreza y hambre. Yo misma trabajé de forma sufrida y dura toda mi infancia. A los 15 años me casé y me fui con mi esposo a la oficina Chile. Luego esta se paralizó y regresamos a la Flor de Chile, donde tuvimos una cantina a la que concurrían hasta cincuenta trabajadores. Ahí dábamos desayuno y comida, y servíamos ‘cocho sango’, el cual se cocinaba con grasa y se condimentaba con cebolla picada, agua y harina tostada, por lo que quedaba espeso. Eso sí, el plato preferido del pampino eran los porotos con mote o chicharrón, acompañado de un vaso de mote con azúcar o de mote con huesillos».
El matrimonio de la señora Mireya Escobar duró doce años. Se separó y siguió criando a sus seis hijos, educándolos hasta cuarto medio. Después, en 1961, partió a Chañaral. De esta ciudad, donde fallecería su padre, recuerda que detrás de la municipalidad había «dos ojos de mar».
Las últimas palabras que ella pronunció en nuestra conversación me dejaron reflexionando: «…Y aquí estoy con el deseo de volver a visitar alguna vez la oficina Flor de Chile».